sábado, 2 de mayo de 2009

la pieza


Entré en su casa y saludé a su madre. Me quería. Muchísimo. y a mí me gustaba comparar nuestra historia con la sensación que me produjo ver pretty in pink. Me dijo que yo le recordaba a la protagonista. Con mis ropas, mi estilo, mis ganas de crear mil cosas y gritarselas a todo el mundo. Creo que mi punto salvaje era el que más le asustaba a él y el que yo más explotaba para dejarle claro lo indomable que era. Subí corriendo las escaleras y le dije que ya sabía tocarla.

- ¿En serio?

- síiiiiiiiiii! Ya me la sé, pero como se te ocurra sacarme algún fallo ya sabes que pienso hacer con este arco ¿no? me lo pensaré dos veces, tienes cara de disfrutar de la sodomía casi más que yo.

- Como eres.

- ¿Cómo soy? ¿eh? Estupendísima ¿a que sí? Y además haré que se te salte alguna lagrimilla.


Estaba muy nerviosa. Mi pánico escénico no desaparecía en ese sentido. Por más que perdiera a timidez en casi todos los campos de mi vida, el violín seguía siendo el eterno imponente. La fuente del respeto que no podía tomarme a la ligera.

Empecé a tocar y me temblaban las manos. Sentía que la resina se ponía en mi contra y no dejaba de hacer muecas para dejar claro que era consciente de que no estaba tocando bien. Pero me miraba con ojos de admiración. Me adoraba. Yo sabía que hasta la cuarta o quinta canción, cuando notaba que el público no me atendía no empezaba a relajarme. Pero no apartaba sus ojos de mí. Al final toque el adagio, que tanto nos gustaba a los dos. Sentía miedo de no tocar a Albinoni como merecía, pero eso ya era algo obvio antes de haber empezado. Cuando acabé salí de la habitación sin dejar que me dijera nada. Me avergonzaba. La había tocado bien pero siempre me han asustado los momentos tan intimos. Intimos de verdad, sin sudor de por medio. Si le hubiera hecho el amor, no hubiera tenido ningún problema en utilizar mis ojos hasta quemarlos. Segura. Atractiva. Pero mi violín y regalarle esa partitura tan nuestra me hacía perder esas corazas tan evidentes que tenía ante él. Volví y le di el vaso de zumo.

- ¿Qué? ¿No dices nada?

- Me ha encantado.

- Ya ya...


Sabía que era verdad. Más tarde hicimos el amor y me tarareo la canción cuando su cabeza buscaba cobijo sobre mi pecho que soportaba el peso y el vacío exacto del momento.

Yo repasaba las notas en mi cabeza pero el silencio era como siempre lo único que me hacía expresar algo. Él lo sabía. Y aún sigue siendo así.

2 comentarios:

  1. Ehhhh, una bonita historia sexo-musical, de las que me gustan :P

    bien.

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  2. Bueno, bueno... aquí el vicio no sobresale tanto como en el de Eva, eh? jajaja
    Me gustan tus relatos, hermosa, ya sabes que quiero que te unas al blog literario ;)

    Un besito!

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